10 de julio de 2011

En camión

Dentro de mis actividades diarias está incluido el traslado de un lugar a otro para poder cumplir con dichas actividades. Generalmente me muevo por la ciudad en transporte público... siempre en camión ya que las lineas del metro no llegan a esta parte de la zona metropolitana. Pero el metro de Guadalajara ya será motivo de otro post, porque vaya que tengo mucho que decir sobre él. El día de hoy me enfocaré en los dichosos camiones.

A lo largo de los años he visto en ellos todo tipo de cosas. Desde los cliches que indignan a todos como la señora embarazada a la que nadie le da el asiento, el payasito que se sube a venderte estampitas de algún santo para pagar su rehabilitación y el músico frustrado que en realidad canta mucho mejor que las "futuras estrellas de la música en México" que nos intentan vender cada que La Academia intenta revivir. Una vez me tocó ver a una señora que daba suspiros de incredulidad cada treinta segundos por lo que leía en su novela romántico-erótica. En alguna otra ocasión me toco ver como un papá y su hijo despertaban de lo que parecía ser una larga siesta solo para descubrir que no sabían en que parte de la ciudad de encontraban.

Lo que aún no deja de impresionarme es la cantidad de gente que es capaz de subirse a un camión aún cuando a simple vista parece que éste ya no puede albergar ni un alma más. En las horas pico la gente hace lo que sea por alcanzar ese camión que los llevará a tiempo a su destino. Cuando el camión ya se ve bastante lleno la primera opción para aquellos que realmente desean abordar ese camión es siempre subir por la puerta de atrás. Una vez que el camionero decide no abrir más la puerta de atrás ya no queda más que hacer caso cuando el camionero grita "corranse p'atras". Y de esa manera, poco a poco el camión se llena más y más hasta el punto en el que salir del camión es casi tan imposible como entrar a él.

Pero de vez en cuando pasan cosas que me hacen pensar que subirse a un camión no es tan peligroso como parece ser. Después de mi estancia en tierras canadienses recuerdo haber contado varias veces historias de como los autobuses allá de verdad no se mueven hasta que las puertas han cerrado, y de como los conductores conducían de manera no peligrosa. Pero fue justo hace poco que pude presenciar algo que me hizo recuperar un poco de esperanza en los conductores mexicanos. Mientras yo pensaba en lo apretado, caluroso y peligroso del viaje, algo inesperado pasó. Por primera vez en mi vida observé como el camionero pedía espacio para subir a un señor en silla de ruedas con la rampa especial con la que contaba dicho autobús. Siempre había visto esas rampas pero nunca había visto que las usaran. Y fue un acto tan pequeño como ese el que me hizo pensar que después de todo los camioneros no son tan malos.

Por cierto, les dejo aquí un breve video para que vean que también en otras partes del mundo hay gente loca detrás de los volantes. ;D

3-Way Street from ronconcocacola on Vimeo.


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