16 de marzo de 2009

Crónicas Playeras - Cuyutlán

¿Y si nos vamos a la playa? Claro, quien le diría que no a la exquisitez de estar sentado a la orilla del mar, un trago frío en la mano, la brisa del mar en tu cara, y el sol brillante haciendo que tu piel se torne un poco más oscura. En esta primera entrega de las “Memorias Playeras” les relataré algunas cosas sobre mi más reciente visita a una playa. Más adelante les iré contando de otros puertos cuya arena ha dejado una huella en mí… para cambiar un poco el sentido de la oración.

Cuyutlán es tan solo un pequeño pueblito cerca de Manzanillo. El plan era ir a comenzar ahí los festejos de la semana en la que me tornaba yo un año más viejo. La idea era que se juntara ahí el viejo grupo de amigos de la prepa, aquella gran bola con la que tuve tantas aventuras, siete hombres y tres mujeres. De las tres sólo una hubiera podido ir, obviamente sola era más que difícil que el permiso llegara. De los hombres, el Señor Casado lleva perdido bastante tiempo y no se ha dignado a dar señales de vida; el Señor de las Piñas lamentablemente tenía planes previos con la familia que no pudo cancelar; otro ha quedado distante; el Señor de las Alturas decidió satisfacer sus propias necesidades materiales; el Señor Filosofal tuvo complicaciones de fuerza mayor que le impidieron asistir; y el último, el Chamaco, el menos aventurero y el más ñoño, fue quien se lanzó en esta aventura hacia tierras desconocidas junto conmigo. Éramos tres en ese coche, el tercer miembro del escuadrón es el Caribeño, un extranjero que se apareció en mi vida al inicio de la universidad y que me ha acompañado desde entonces.

Después de unas cuantas horas de viaje, y muchas canciones ochenteras llegamos al pueblo que nos prometía 4 días de fiesta con barra libre por una módica cantidad. Pero lo que realmente me brindó este viaje fue una oportunidad más para acercarme a dos amigos y compartir con ellos un poco de sol. A nuestra llegada, sólo queríamos dormir después de una semana muy pesada, por lo que nos recluimos en el bungalow número dos a descansar. La verdadera aventura comenzó el segundo día. Salimos a dar una caminata por la playa, ver que encontrábamos antes de entrar al mar. De entre todo lo que vimos, lo más perturbador fue una gran tortuga muerta (creo que encalló o algo así) ya tostada por el sol y siendo atacada por una gaviota. Después de un dramático lapso ecológico donde solté mi irá contra todos aquellos que matan especies en peligro de extinción decidimos que era hora de entrar al mar. Las olas eran bastante fuertes, nos arrastraron por la orilla en varias ocasiones y yo casi me ahogo en una, pero nada contra lo que no pueda luchar. Jugamos con las olas por un par de horas hasta que nuestros cuerpos cansados demandaban oxígeno y un poco de sombra. Después de un poco de comida y un buen baño salimos a la terraza, y acompañados de unos tragos sabor limón nos sentamos al lado de la alberca a platicar mientras el sol se ponía y el show empezaba. Muchas horas (y tragos) más tarde caminábamos por la playa iluminada solo por la luna hasta que un sujeto nos paró. Decía ser “surfo” y salvavidas, y nos pedía de manera muy florida que le tuviéramos respeto al traicionero mar y no nos metiéramos de noche. Lo oímos con toda la atención que pudimos y después de vagar un poco más, decidimos que era hora de regresar al bungalow a dormir.

En el tercer día decidimos expandir nuestras aventuras hasta la ciudad de Manzanillo. Debido a los estragos del día anterior (y madrugada del mismo) nos encaminamos hacia Manzanillo ya entrada la tarde. Llegamos a un restaurant de mariscos donde satisficimos nuestros antojos por mariscos y después pasamos a visitar a otros amigos a su hotel. Estuvimos un rato en la alberca con Mr. Chip y su familia, la Bebé y mi Mejor Amiga (así la llamaré porque simplemente no hay otra forma de referirme a ella). Una vez que el sol se metió por el Pacífico sólo nos despedimos y emprendimos el viaje de vuelta a Cuyutlán. Ahí pasamos el rato hasta que el sueño nos venció. Al despertar, decidimos que era hora de regresar a la tierra que nos vio partir con la piel más clara. Al volante, pude recordar lo que se sentía pisar el acelerador y descargar la poca ira que quedaba con el resto de los conductores. Ahora de vuelta creo que he comenzado la semana de una manera espectacular. Ahora depende de la gente a mí alrededor el que mi sueño de una semana cumpleañera se cumpla.

1 comentario:

  1. ahora depende de nosotros.. chale =(
    creo que ya se acabaron las sorpresas jajajaja

    por cierto.. saludos al Caribeño!!!!
    y que bueno que no ta ahogaste!!

    buen post ;)

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